Durante la película se lleva a cabo la historia de uno de los educadores sociales, Toni, un hombre cansado que no tiene demasiadas esperanzas y ya no cree en su trabajo.
La media de años que un educador social aguanta trabajando en un centro de menores es de 2 años aproximadamente, sin embargo, este educador social llevaba ya trabajando en ese centro 30 años, por lo que cada vez se siente más débil y le afectan más los problemas que hay en el centro en su vida diaria.
Toni es el educador social más veterano del centro, tiene más experiencia, por lo que conoce los pocos recursos que existen para llevar a cabo habilidades sociales con los jóvenes. En cambio, a los nuevos profesionales del centro se les veía más ilusionados con las ideas que tenían para realizar actividades con los niños.
Una mañana, la policía lleva al centro a Tariq, un niño magrebí de la calle. Toni, enseguida se da cuenta de que ese niño es diferente y muestra esperanzas hacia él, algo que ya parecía imposible en el educador.
Como hemos dicho, Tariq era un niño totalmente diferente a sus compañeros del centro.
Se interesaba por los estudios y por aprender. Además, veía en Toni una persona que podría ayudarle a cambiar y mejorar su situación personal, por lo que su relación con el educador era diferente a las que los demás jóvenes tenían con el mismo.
Pero las amistades del centro hizo que su vida se complicara aún más metiéndose en algunos problemas junto con sus amigos. Pero Toni, estaría ahí para salvarlo.
Riki, otro menor del centro, tenía un actitud distinta. Era muy agresivo y siempre estaba a la defensiva. Pensaba que Toni sería una persona que estaría en su contra, pero todo lo contrario, solo quería ayudarlo. Riki era una persona muy difícil a la hora de tratar con él.
Una de las escenas en la que Tariq se mete en problemas es cuando va junto a Riki a casa de su abuela, y tras unos inesperados insultos tanto de ésta como de su amiga, terminó matándolas a las dos, por lo que Tariq tras una sensación de agobio salió corriendo, sin querer saber nada más, mientras robaba e inhalaba droga.
A pesar de la difícil situación en la que encontró Toni a Tariq, el educador social seguía teniendo esperanzas en él.
"yo no soy tonto, sé de quien me he fiado"
Como reflexión, puedo decir que el educador social se verá en situaciones muy difíciles, en las que ni siquiera sepa como actuar y tratar al sujeto, pero en esos casos, siempre existirá la ayuda y coordinación con los demás profesionales que harán que el trabajo parezca más fácil.
Cada menor es una historia, pero lo esencial es que nosotros sepamos transmitir el apoyo que necesitan.
Además, la satisfacción y orgullo al ver que tu trabajo es valorado y que éste está sirviendo de verdad a los sujetos para la mejora de sus vidas gana a cualquier dificultad que haya por el camino.
"La esperanza es el único bien común a todos los hombres; los que lo han perdido todo, la poseen aún” (Tales de Mileto)
A continuación, y como conclusión, añado un relato basado en hechos reales, contado por un educador social de un Centro de Menores:
Érase un día cualquiera de un grupo cualquiera. Un
menor A en su cuarto recibe la noticia de que su familia no ha cogido la
llamada que él había solicitado. Este hecho aparentemente insignificante y
rutinario se convierte para A en el detonante para estallar de frustración y
rabia. Realiza un paralelismo entre esa negativa a ser recibido por su familia
con lo que ha sido para él su vida: familia desestructurada, abandono familiar
temprano, desprotección, soledad, exclusión, marginalidad,
institucionalización… es decir, la secuencia de muchos de nuestros educandos
que, no por ser habitual, debe de dejarnos insensibles.
Escuchar el relato desde la desesperanza al otro
lado de la puerta de su habitación resulta desgarrador para educadores, menores
o cualquiera que, con un mínimo de sensibilidad, estuviera escuchando. El
intento de calma por parte de mi compañera y yo mismo no produce ningún efecto
en A y ante la mirada cómplice entre los dos educadores y ante el riesgo
evidente de que A se pudiera autolesionar en su cuarto decidimos optar por lo
que parecía evidente: llamar a Seguridad. Reconozco necesaria la presencia de
Seguridad en este perfil de centros (nada más lejos de mi intención que
cuestionar esta figura profesional), pero a mí me da la sensación de que cada
llamada a Seguridad es un pequeño traspiés/fracaso de todos: empezando por los
menores, pero también de educadores y del propio funcionamiento del centro.
Pero justo antes de realizar la llamada, otro menor
B que hasta el momento permanecía en su cuarto escribiendo cartas, poemas y
canciones para las novias de sus compañeros, nos pide que confiemos en él y que
le permitamos entrar al cuarto a hablar con A. Ante la actitud todavía agresiva
de A, permitimos la intervención de B pero al otro lado de la puerta del
cuarto. Cada palabra de B en sus 10 minutos que duró su intervención con A, fue
un claro ejemplo de la importancia y el ascendente que tienen los iguales. No sobró
ni faltó un punto ni una coma, educativamente fue una intervención de manual
que consiguió calmar y hacer reflexionar a A hasta su progresiva tranquilidad.
Al margen de una intervención adecuada en tiempo, forma y contenido que
pudiéramos haber suscrito cualquier educador (mensajes yo, escucha activa,
empatía y orientaciones/indicaciones positivas), B contó con otro factor
determinante que llegó más a A: su relato personal similar al vivido por A, su
referencia como igual y su ascendente como persona referente en el grupo de
menores.
En este caso la secuencia terminó bien: A se calmó
tras escuchar el relato de B, B volvió a su cuarto a seguir escribiendo cartas,
letras y canciones de rap y los dos educadores con la piel de gallina por lo
que acabábamos de vivir y sentir. Son de esos episodios para recordar en los
momentos bajos de nuestra vida profesional, todo un alegato a la ilusión
perdida ante la realidad de cada día.

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